domingo, 22 de noviembre de 2009

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Cuando yo era chico, mi padre siempre me decía que, para saber cómo se pronunciaba un nombre extranjero, debía estar atento al locutor del Giornale Radio (creo que el más famoso se llamaba Kramer). Sólo así aprendería, por ejemplo, que Churchill se pronunciaba "cherchil" y no -como se hacía en esa época en la que la única lengua de nota era el francés- "shiurshíl".
En cambio, para saber cómo se escribía el nombre de un personaje o de una ciudad había que buscarlo en los diarios, especialmente en la página tres.
Ahora ningún padre podría impartirle esta lección a su hijo, porque los locutores de los programas musicales televisivos distorsionan horriblemente los nombres extranjeros (en ningún anuncio de un concierto se dice, de Boulez, "pier bulé", sino "pierre bule"). Y ni hablamos de los periódicos donde regularmente escriben "beaudealaire" y "simone de beauvoire".
Esta decadencia empeora aún más con el hecho de que se usan expresiones extranjeras incluso cuando no son necesarias, como en el caso de "pole position", que se podría traducir perfectamente como "primera posición" o "posición de ventaja", pero que sin embargo ha producido el engendro "pool position", expresión que, si existiera en inglés, significaría algo así como "posición de la piscina".
El problema aparece también cuando es indispensable usar la expresión extranjera, y se llega a versiones extrañísimas en la lengua vernácula. En el caso del italiano, ya hay términos extranjeros corrientemente italianizados: en italiano decimos tranquilamente Sorbona en vez de Sorbonne, pero a nadie se le ocurriría llamar al College de France "Collegio Francese".
Pero el problema se da en el caso de las universidades estadounidenses. Nuestros periódicos hablan comúnmente de la Universidad de Harvard y de la Universidad de Yale, cuando Harvard y Yale son nombres propios. Es como si los extranjeros hablaran de la Universidad de Bocconi, o de la Universidad de la Católica. Hace unos días, en un importante diario se hablaba de la Universidad Suny.

Ahora bien, SUNY significa State University of New York (tal como CUNY significa City University of New York), por lo cual, o bien se pone SUNY y basta (pero es posible que en ese caso los lectores no lo entiendan) o bien se pone Universidad del Estado de Nueva York.
Pero no se debe llamar Universidad de Nueva York a la New York University (NYU), porque se trata de una universidad privada que ha tomado como propio el nombre de la ciudad. ¿Será temor a usar las siglas? Sin embargo, escribimos KGB, traduciendo tranquilamente como kagebé, porque no podemos escribir "Kommitet Gosudarstevennoi Bezopasnosti" -porque nadie podría pronunciarlo- y ni siquiera nos atrevemos a escribir Comité de Seguridad del Estado, porque nadie sabría a qué nos referimos. Y entonces, ¿por qué no escribimos Yale University, que sería comprensible hasta para el menos letrado?
Recientemente, manifesté por enésima vez mi queja al director de un gran periódico por la desaparición de una figura que ya no existe más en las redacciones: la de aquel viejo jefe de linotipistas que se sabía de memoria el diccionario y no dejaba pasar ni un solo error. La obvia y desconsolada respuesta que recibí es que ahora no sólo el artículo llega directamente de la computadora del periodista y va inmediatamente a impresión, sino que un diario con suplementos puede superar las cien páginas, y que nadie podría controlar en un día esa cantidad de material renglón por renglón.
Entonces, estamos condenados a leer periódicos llenos de "errores de impresión". Naturalmente, escribir correctamente los nombres extranjeros es siempre muy difícil.
Un insigne colega alemán, que me conoce muy bien, al punto de enviarme invitaciones para conferencias recientes, las dirigió a Umberto "Ecco".
Yo mismo sufro palpitaciones cada vez que debo citar a Lucien Goldmann o Erving Goffman, porque siempre me pregunto cuál de los dos va con dos enes. Pero, cada vez que me sucede, interrumpo para ir a controlar al diccionario, o a los libros. Por qué los periodistas y redactores editoriales se empeñan en eludir ese rito necesario sigue siendo un misterio.

La Nación. 06-07-2003

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